Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 21/4/11
CINE Y LITERATURA
Con la Feria del Libro encima y elecciones tras la esquina vuelve a plantearse el estado de la coalición entre literatura y cine. ¿Bien? ¿Regular? ¿Mal? La respuesta es positiva, con matices. Repasando la cartelera reciente hay buenos ejemplos. Pa negre, de nuestro compatriota Villaronga, adapta unos relatos de Emili Teixidor; Valor de ley, la última de los Coen, además de remake es una traslación de una novela de Charles Portis.
Como la literatura es un universo, por dimensiones y ramificaciones, acotaremos el tema. Ciñéndonos solo a la ficción, encontramos obras que van desde las siete palabras del dinosaurio de Augusto Monterroso a las mil y pico páginas de El señor de los anillos o El Quijote. El cine sin embargo, se mueve entre los 90 y los 150 minutos. A partir de ahí hay que dividir en capítulos (la citada obra de Tolkien) o sagas (El Padrino).
El ensayo El arte de la adaptación (Linda Seger, Ed. Rialp) explica bien los votos que deben hacer cineastas y escritores para estar bien avenidos. El principal punto de unión de ambas artes es que se dedican a contar historias. La principal fricción surge en el espaciotiempo. En el formato más estándarizado de guión, una página suele dar un minuto de película. La lógica más elemental dice que las novelas más fáciles de adaptar serán las que tengan entre 70 y 200 páginas. Y es cierto. Por eso, por ejemplo, Joseph Conrad es uno de los autores más recurridos, incluyendo cineastas de la talla de Coppola (Apocalypse now) Ridley Scott (Los duelistas) o Hitchcock (Sabotage/La mujer solitaria)
El segundo punto de fricción, relacionado con el anterior, es la dispersión. Un libro se lee a ratos durante varios dias o semanas. Una película se ve de una tacada. Alguien definió esta circunstancia con una frase contundente: “En el cine, todo lo que no es imprescindible sobra.” Ante una novela de 500 páginas, sólo hay dos opciones: elegir un centenar de ellas (lo que hizo Elia Kazan en Al este del eden), o hacer una purga casi estalinista de tramas y personajes secundarios, soliviantando a los puristas.
Tercer encontronazo, el tiempo ficticio. García Marquez no cede Cien años de soledad porque sabe las novelas-río se enturbian en casi todos los casos (apreciable en la recientísima El mundo según Barney). Y es así porque exigen utilizar a varios actores o maquillar exageradamente a uno, evidenciando el truco. Además, escatiman largos lapsos de tiempo en los que los personajes maquinan, se acuestan con o sin y sufren o reviven a espaldas del espectador. Los catedráticos de Hollywood han sentado que la acción debe transcurrir en 20 días. Plazo no imperativo pero sí equilibrado para que ocurran bastantes sucesos y se explayen suficientes emociones.
El cuarto contratiempo, y campo de batalla más cruento, es la fidelidad al original. Los autores la exigen como undécimo mandamiento; los directores y productores actúan como los políticos, prometen y se la cuelan. Hay carretadas de libros mediocres resucitados por el séptimo arte (Casablanca, Teléfono rojo volamos hacia Moscú, El diablo viste de Prada), decenas de obras maestras encasquilladas (El Quijote, Romeo y Julieta o Suave es la noche) y un puñado doblemente inolvidables (Lolita de Nabokov/Kubrick, Los santos inocentes de Delibes/Camús, El tercer hombre de Reed/Greene o Dublineses de Joyce/Huston).
Asunto lateral es el cine y la metaliteratura. La profesión de plumilla no se puede catalogar como de riesgo; por eso espías, bomberos y estraperlistas siempre son los primeros de la fila. Sin embargo, los literatos a veces dan mucho juego. Vease la deliciosa El cartero y Pablo Neruda, de Michael Radford, la intrigante Hammet de Wim Wenders, la simpática Dulce libertad de Alan Alda, o la crepuscular La última estación de Hoffmann.
En los turbulentos tiempos que corren, los roces entre cineastas y literatos son cada vez menores. Los cazadores de historias siguen buceando en las librerías; los autores literarios han seguido el consejo de Woody Allen, toma el dinero y corre. Y reza por que no te toque arrepentirte.