A falta del salto a la pantalla grande de Geronimo Stilton (sí está disponible, en DVD, la serie de animación protagonizada por el roedor detective), se confirma de todos modos la química entre mamíferos e infantes. Sin ir más lejos, en este último mes del año se estrenan, o han estrenado, Alvin y las ardillas 3 y Happy Feet 2. También sigue a la venta en DVD Ratatouille, la película de Pixar sobre el ratón devenido en maestro culinario.
Los motivos de la química citada son evidentes. Preston Sturges, destacado director de los años 50, proponía su decálogo para garantizar el éxito de una comedia: “Una chica guapa mejor que una fea / Una pierna mejor que un brazo / Un dormitorio mejor que un salón / Una llegada mejor que una partida / Un nacimiento mejor que una muerte / Una persecución mejor que una conversación / Un perro mejor que un paisaje / Un gatito mejor que un perro / Un bebé mejor que un gatito / Un beso mejor que un bebé / Y una caída mejor que todo lo demás.”
Como se ve, pequeños animales y pequeños hombres están en la zona destacada de la lista. Los niños, como bien sabemos, tienen una curiosidad insaciable, por la naturaleza más que por la civilización (con la excepcion de coches y aviones en el género masculino) y a la vez se sienten muy cohibidos por el mundo adulto, sobredimensionado en volumen, reglas y engorrosos deberes. Los adultos asociamos a ratones con suciedad y enfermedades, los niños los asocian con tamaño equivalente al suyo y vida. Comprenden que son un engranaje esencial del ecosistema mucho antes de conocer esas dos palabras. El ratón busca comida porque tiene hambre. Y si encima es inteligente y hace de su curiosidad una profesión, como Stilton o el pinche culinario Remy, el pequeño lector se lo pasa bomba.
Ardillas y pinguinos son más afortunados. Gracias a los documentales, los parques zoológicos y la astucia de los fabricantes de juguetes es imposible no empatizar con ellos. Los sobredimensionados incisivos de la ratufa arboífera, su cola graciosamente erguida, su timidez parcial y el espídico castañeo al comer un fruto seco desarman hasta al más gélido adulto. Las aves polares atraen por su color níveo, su aire entre distraído y ensimismado, y sobre todo, por su patoso andar fuera del agua. Los guionistas de Alvin y Happy feet los idealizan y acercan aún más a los espectadores poniéndolos a cantar y bailar, otro truco de inmediato y pauloviano efecto.
La moraleja final no tiene sorpresa: todo lo que sea animar a los niños a conocer, respetar y disfrutar la naturaleza será bienvenido, sean más o menos flojos los guiones o la factura técnica de la obra literaria. Aunque temo que la naturaleza seguirá su curso y cuando sean mayores se subirán horrorizados a una silla cuando vean a un minúsculo roedor. Salvo que lleve gafas o un gorro de chef...
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