SIN NOMBRE
Nacionalidad: Estados Unidos, Méjico, 96 min.
Director: Cary Fukunaga
Actores: Paulina Gaitan, Edgar Flores, Kristian Ferrer
Enmarcada en la reciente oleada de cine social latinoamericano, Sin nombre junta el auge de las pandillas violentas multinacionales (las “maras”, con estructura similar a los Ángeles del Infierno) con y el drama de la gente desesperada que cruza el continente de sur a norte para intentar colarse en Estados Unidos. Coinciden cuando esas pandillas, tan adictas a viriles rituales, se ceban en los más pobres, como los desesperados emigrantes, para robarles. Hay una historia de amor entre un pandillero y una espalda mojada, otra de luchas internas gangsteriles y una road movie en los trenes que cruzan el territorio mejicano.
El guión de Sin nombre es correcto, impoluto. Demasiado. No sé si debido a la bisoñez del director o a la excesiva influencia de sus profesores del taller de Sundance, pero comparado con los últimos ejemplos del cine brasileño (Ciudad de Dios, Estómago, Tropa de élite) le falta garra, ambición, sensación de autenticidad. Flirtea, a su pesar, con el melodrama y el espaguetti western. Los pasados, las motivaciones, las decisiones de los personajes, son evidentes y previsibles. Y al contener la violencia para evitar el rechazo de una parte del público se ha caido en un tonillo de documental tipo Callejeros. El ritmo del filme es monocorde, sin bajones ni momentos muy emocionantes. La ambientación, toda en escenarios naturales, es bella y agradecida. En el reparto, Paulina Gaitan (Cosas insignificantes) confirma talento y naturalidad; el resto, actores no profesionales, cumplen más que bien. A pesar de estas carencias, Sin nombre es una película entretenida, honesta y comprometida.
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