SOBREPOBLACIÓN
El titular tiene truco. Corresponde al último libro de Stephen Emmott (Ten Billion, Penguin, 2013) y es un nuevo toque de alarma sobre el crecimiento exponencial de la población. Los billones anglosajones son, en el diccionario de la RAE, millardos.
Da igual, la cifra asusta. A científicos, a escritores y cineastas. Hace medio año hablé sobre el cine apocalíptico. Ahora trataré una variante que se ha convertido en monotema este verano: el postapocalipsis, la imaginación del planeta Tierra una vez que hayamos sido borrados de su faz. Lo vimos el año pasado en las precuelas de Alien o El planeta de los simios. Lo hemos visto hace nada en Oblivion, El hombre de acero o After earth.
En literatura la lista de novelas que han tratado el tema es extensísima. Sin ir más lejos Dan Brown, con su proverbial perspicacia, se sube al carro en su reciente Inferno (Planeta, 2013), pero elige el enfoque más sencillo y populista, el de una secta ocultista que pretende provocar un genocidio para que la Tierra tenga un número 'razonable' de habitantes. Más provocador y de infinita superior calidad literaria es el clásico Todos sobre Zanzíbar (John Brunner, 1968, premios Hugo y BSFA, descatalogado en castellano) en el que se crea un ultramegaguetto, bendecido por la ONU, en un país africano. Dos años antes Harry Harrison eligió un tono tragicómico en su novela ¡Hagan sitio! Hagan sitio! (también descatalogado)
Volviendo al cine, del siglo XX, tesis parecida a la de Brunner, a menor escala, propuso el filme 1997 recate en Nueva York (John Carpenter, 1981). La tasa de criminales (por escasez de recursos) es tan alta que se ha sellado la isla de Manhattan con todos ellos dentro. Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) da vueltas sobre el mismo tema. Naves misteriosas (Douglas Trumbull, 1972) es precursora de Oblivion, pero mucho más humana y entrañable, a pesar de sus achaques.
Con o sin desbarres literarios, el tema tiene chicha. Diez mil millones de habitantes. Repito, diez mil millones. ¿Los puede soportar el planeta? Tratado con seriedad, el conundrum (bonita palabra inglesa para acertijo) lo formuló por primera vez Malthus en 1798 en su Ensayo sobre el principio de la población. Emmott sigue su senda como lo hizo Ehrlich en 1986 (La bomba demográfica). Es un galimatías simple y pérfido: mantener el crecimiento actual de población es pan para hoy y hambre para mañana. Intentar frenarlo es hambre para hoy (mucha) y (quizás) pan para mañana. Por eso ningún dirigente mundial se atreve a plantearlo. Todos saben que sólo con insinuarlo los despellejarán y los lapidarán. Y se enterrará el problema (junto con el ingenuo susodicho) cien metros bajo tierra.
A la bomba demográfica le ocurre como al cambio climático. Prácticamente todo el mundo está de acuerdo en su inevitabilidad, pero es imposible estimar fechas, plazos, porque es casi imposible calcular los recursos restantes de la Tierra, porque algunas especies están mostrando (lógico) una buena adaptabilidad y porque la tecnología está trastocando esos pronósticos cada dos por tres (hace nada decían que sólo quedaba petróleo para una década, ahora -con el fracking y las prospecciones submarinas- dicen que para medio siglo o más).
Los pobres mortales, los ciudadanos de a pie, nos vemos atacados por dos frentes: los científicos en plan apocalíptico, amargándonos lo que nos queda de vida sobre una catástrofe que, quizás, sufran nuestros bis o tataranietos. Por otro, Hollywood con su vena romántica, recreando un planeta desierto y unos pocos humanos sufrientes, como en las películas de Raquel Welch luchando contra dinosaurios. Suena a música del Titanic. Quizás no queda otro remedio que seguir su consejo. Dejarnos anestesiar y rezar porque sea una extinción dulce.
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