jueves, 13 de diciembre de 2012

El crimen del siglo (XIX)


Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 13/12/12

ABRAHAM LINCOLN Y EL CINE

Sangre, sudor y lágrimas, recurriendo al tópico, han costado a Steven Spielberg sacar adelante su biopic sobre uno de los presidentes más carismáticos de la historia de Estados Unidos, Abraham Lincoln. Tres factores apuntan a esa popularidad: 1) Abolió la esclavitud (aunque el racismo, cotidiano, flagrante, puntualmente cruel, aún perdura) 2) Tenía un porte muy altivo y reconocible (muy alto, rostro angulado, barba sin bigote) 3) Murió asesinado.

Retomando la numerologia, tan cara por un servidor ultimamente, los anuarios suman poco más de trescientas apariciones del espigado estadista entre la pequeña y la gran pantalla. Por la teoría de ciclos, o la incertidumbre de Heisenberg, en poco más de un año han coincidido tres producciones con enfoques radicalmente diferente:

La conspiración, dirigida por Robert Redford, apuntó hacia los magnicidas, y más concretamente la mujer que participó en el grupo de conspiradores. Como tema de fondo el filme, sin negar la gravedad del crimen, reabre el espinoso tema del juicio amañado, la animosidad patente de los jueces hacia los acusados, la desverguenza de los investigadores en falsear pruebas o testimonios para cerrar todo resquicio de no culpabilidad, y la condescendencia del populacho con ese paripé. Sin llegar a exteriorizarse, critica que los jueces no estuvieran a la altura del difunto. (Tampoco, un siglo después, fueron capaces de aclarar el asesinato de J. F. Kennedy)

Abraham Lincoln, cazador de vampiros es un original pero hueco spin-off dirigido por el kazajo Timur Bekmambetov. Muestra al presidente en sus años mozos luchando contra el mal sobrenatural. Como entretenimiento, como acercamiento del personaje a la juventud actual, chapó. Como película pasará pronto al olvido.

En Lincoln, Steven Spielberg ha encarado un proyecto a la altura del retratado. Adaptando el libro Team of rivals, de Doris Kearns Goddwin, trata las intrigas políticas en el momento clave del mandato del presidente. Fue cuando se empeñó en sacar adelante la decimotercera enmienda constitucional, la abolición de la esclavitud, justo antes de finalizara la Guerra Civil de su país, para evitar dilaciones o componendas. Enmienda que sacó adelante con gran parte de sus correligionarios en contra. La película, como toda hagiografía que se precie, subraya las virtudes de Lincoln: su selección de un problema y una ley para corregirla, y su obcecación hasta lograrlo. Otra virtud, que no por casualidad repite Barack Obama en la actualidad, es su grandeza en la victoria. En vez de avivar rencores con los que le hicieron la cama desde su bando, les convenció de que se unieran a su proyecto. Sobre la producción reinaba incertidumbre respecto al protagonista. Liam Nesson fue la primera elección del director, pero se descabalgó tras los continuos retrasos del proyecto. Le ha sustituido Daniel Day-Lewis, casi de la misma estatura (1,84, aunque lejos del 2,05 del difunto), un rostro mucho más angulado y un aura de Actor's Studio, gusto por interiorizar a fondo los personajes y exteriorizarlos con un astuto uso de las miradas y recursos corporales. 

Volviendo a la numerología, comparando las clasificaciones de presidentes más valorados (Washington, Roosevelt, Lincoln). El tercero triplica en apariciones mediáticas al segundo y duplica al primero. Lo cual invita a una morbosa reflexión: ¿Recibiría la misma atención si no hubiera muerto por causa no natural?


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