jueves, 7 de marzo de 2013

La escopeta internacional


Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 7/3/13

CINE Y CORRUPCION

La desbocada y dramática crisis económica ha puesto por fin la lupa en la gestión de los políticos. Nada nuevo, de todos modos. Como postulan los historiadores Robinson y Acemoglu (Why nations fail) estamos en una reedición de las economías extractivas (al modo de los españoles en latinoamérica  o los Aztecas o Incas en épocas previas). La corrupción, por tanto, es tan antigua como ese otro oficio con el mismo sufijo. El séptimo arte, aunque más joven, tiene los sentidos abiertos a los gustos del público.

De los siglos pretéritos hay filmes a patadas. Ramses II, Julio César, Los Borgia, Eduardo WIII, María Antonieta, Rasputin... todos acabaron vendiendo su alma al diablo y resucitando (bien o mal) en la gran pantalla. Del siglo XX y el actual Hollywood sólo esporádicamente ha tratado la corrupción. Más dura será la caída (Mark Robson, 1956) fue la última película de Humphrey Bogart, y narra los turbios manejos en el mundo del boxeo. Tema igualmente tratado en Fat city (John Huston). Chinatown (Roman Polanski, 1974) es un clásico indiscutible sobre corruptelas en la gestión del agua potable en Los Angeles en una época de sequía. Un par de años después se estrenó Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976) sobre el caso Watergate. Michael Moore se vistió de pepito grillo (como Jordi Evole pero con más kilos y más show) en Roger & me (contra un desaprensivp fabricante de vehículos) y sobre todo en Fahrenheit 9/11 (contra el entonces presidente de EEUU).

España vivió una mini época dorada con la Transición. La reconquistada libertad de expresión dio pie a muchos subproductos (El diputado, con José Sacristan) y a comedias brillantes (algo pasadas en la actualidad, por desgracia) como las dirigidas por Berlanga (La escopeta nacional, Patrimonio nacional, Todos a la cárcel)

Italia no va a la zaga. Corrupción, con mayúsculas, es la retratada en la tercera parte de El Padrino (vínculos mafia-políticos-cardenales) o la menos ficticia aún mostrada en Gomorra. En Francia, la reciente De Nicolas a Sarkozy narra el ascenso de un presidente de todo menos ejemplar.

La televisión, sobre todo la anglosajona, está mucho más despierta. El ala oeste de la Casa Blanca es una serie tan prístina como afilada. Los ingleses, por su parte tienen como tradición no dejar a político, o miembro de la casa real, con cabeza. Humor puro, e inteligente a la vez, propuso la añeja serie Sí señor ministro. Y le ha tomado el relevo, con similar brillantez, In the loop. De esta hay una versión en cine que no tiene desperdicio.

Revisando los ejemplos citados, la sensación que dejan es agridulce. Es paradójico que haya toneladas de películas sobre corruptores (mafiosos, empresarios o banqueros sin escrúpulos) pero poquísimas sobre corruptos, los políticos. Es un tema incómodo, espinoso, desabrido. Con nombres ficticios pierde mucha fuerza la denuncia; con nombres reales los creadores se arriesgan a ser machacados por una legión de abogados con menos escrúpulos que sus clientes. Más dura será la caída, Chinatown y Todos los hombres del presidente mantienen su fuerza, además de por el buen trabajo de directores y actores, porque aciertan a vender la lucha de sus protagonistas como una reedición de David y Goliat. Cuesta imaginar que dentro de un lustro, o una década, se haga un biopic sobre el juez Castro. Aunque lo merece. Mucho.

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