sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Más o menos que amigos?

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 19/9/13

MEMORIAS (Leni Riefenstahl, Lumen, 33,90 €)

Los planos iniciales de Olimpia están, por consenso absoluto, en el Olimpo del séptimo arte; de El triunfo de la voluntad ha dicho algún crítico que Cecil B. de Mille es un aprendiz al lado de Leni Riefenstahl. Por gracia y por culpa de estas dos obras, la realizadora teutona arrastró un estigma de por vida.

En una, cualquier autobiografía, la sinceridad absoluta es una quimera. Y al contrario, la falsedades más graves son fáciles de detectar. La mayoría de autores se mueven entre nubes y claros. Estas memorias de Riefenstahl, por su contenido, se mueven entre el sol radiante (la descripción del rodaje de Olimpia, por ejemplo, o sus periplos finales por África) y los nubarrones más oscuros, su insistencia en desmarcarse totalmente del régimen y los dirigentes nazis. 

Cuando se muestra positiva, el libro se disfruta. Su pasión por la montaña y por el cine es meridiana en los capítulos sobres sus películas del inicio de los años 30 (La luz azul, La montaña sagrada). Su tardío flechazo por el desierto es paradójico con su inconfirmada xenofobia y coherente con su espíritu aventurero y su alma de fotógrafa y cineasta.

Respecto a su amistad con Hitler su discurso es lineal y firme, equivalente en inflexibilidad a los del sátrapa: Le atrajo el magnetismo de su personalidad pero fue neutral respecto a su ideología, ni simpatizante ni crítica. Y si tuvo un acceso privilegiado a él y a su corte mayor (excepto Goebbels, al que es muy cómodo vilipendiar) fue sólo por su talento como cineasta. Suena plausible, probable, que Adolf y Leni no llegaran a ser amantes. De lo poco que cuenta de su vida amorosa se desprende que le gustaban los hombres viriles y mujeriegos. Sin embargo da la impresión de que su empatía con el dictador fue muy fuerte. Un feeling difícil de describir y que ella se sobreesfuerza por disimular. Y lleva a preguntarse quien utilizó a quien. Para ella la relación fraternal supuso tocar el cielo profesionalmente, codearse con el estado mayor de su país y permitirse desplantes a Goebbels o Himmler. Para el dictador, plantar una mujer en un entorno hiper machista y bendecir sus desplantes fue una demostración más de su poder absoluto. 

Aunque Leni demostrara que no estuvo afiliada al Partido Nacionalsocialista, viendo El triunfo de la voluntad una y diez veces es inverosímil que no comulgara con sus ideas. Por mucho que, astutamente, lo amagara en público. Hay una emotividad, una pasión latente en ese filme que transciende al puro oficio de un cineasta. Por ello, todas sus penurias en la posguerra suenan a lágrimas de cocodrilo. Y los capítulos de la 2ª guerra mundial y la posguerra exigen ser leídos con flema de cirujano. No enervarse ni contagiarse por sus reiterados plañidos de inocencia. Buscar, entre desventuras con fuerte tinte maniqueo y melodramático, los pequeños detalles que muestran su verdadera personalidad. Enérgica, talentosa, arrogante y mimada. Esa amalgama de virtudes positivas y negativas atrae y repele, y por ende, sostiene la lectura.

Remonta el libro en el tercio final. Sus aventuras en Africa con los nuba y los masai son apasionantes, con la única salvedad de que sobredramatiza las vicisitudes en la preparación de los rodajes, comunes al 99% de los proyectos similares. Y no descansó ni en el ocaso físico, a los 90 años practicaba esquí alpino y buceo. Mallorca aparece en un par de fugaces visitas, con estancias en Formentor a finales de los años 20. 

Aunque no despeja los nubarrones, el libro merece su lectura. Por los citados momentos brillantes y porque en los más dudosos, con enervante incapacidad de autocrítica, muestra una energía vital y una fortaleza de carácter envidiables.

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