viernes, 17 de julio de 2015

La series de tronos ya no son un juego

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 16/7/15



PRECEDENTES DEL BOOM DE SERIES DE CALIDAD

La ficción televisiva de calidad vive una época dorada. Juego de tronos, Breaking bad, The Wire, Mad men y otras encandilan a la audiencia y a los críticos más exigentes. Su eclosión se debe a una suma de circunstancias favorables, pero tiene precedentes.

Breaking bad con su argumento tan extremo, es una serie que hace una década no hubiera pasado de la fase de guión para un capítulo piloto. The Wire se engloba en un género que sí tiene precedentes televisivos (Canción triste de Hill Street, añoradísima serie) aunque con un trasfondo tan social que posiblemente hubiera logrado rodar el piloto y se hubiera quedado ahí. Juego de tronos partía de una serie de novelas con un éxito -eso pensaban muchos productores- limitado a un club de fans cuantitativamente reducido. Su adaptación al cine era más complicada por el exceso de personajes y tramas. Los Soprano por su parte estaba en tierra de nadie, un mafioso acudiendo al psiquiatra es guión de comedia, y también era dudoso que los espectadores lo aguantaran mucho tiempo.

¿Qué pasó entonces? ¿Por qué, sobre todo en este último lustro, están arrasando este tipo de series? La primera causa es la más evidente y conocida. A finales del siglo XX HBO era una emisora de televisión por satélite con finanzas saneadas. Adquirida por Time Warner, sus ejecutivos decidieron tantear al segmento de audiencia más selecto. Hicieron números y vieron que sumando unas pequeñas ventas internacionales y DVD podían gastarse más en guiones, actores y producción sin obsesionarse por el share televisivo que obtuvieran.

Los Soprano fue un parto de David Chase (previamente hizo Los casos de Rockford y un episodio de Doctor en Alaska) y dio en el clavo. Acertó en el argumento y sobre todo el tono, seria con gotas de comedia, muy verosímil y reparto clavado, Gandolfini, Braco, Falco o la guinda de Steven van Zandt, bajo de Bruce Springsteen. 

Previamente HBO ya estaba teniendo éxito con Sexo en Nueva York. La buena recepción de ambas y otras como Dos metros bajo tierra, animó a los ejecutivos a seguir arriesgando. The wire no obtuvo audiencias sonadas pero si unas críticas excelsas que se tradujeron en atención mediática bienvenida. De los primeros años del siglo XX también destacan las series The Pacific (sobre escaramuzas navales en el Pacífico) y Band of Brothers.

Enrachados, los de HBO dieron luz verde a una saga de literatura fantástica titulada Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin. El boca a boca a tenido más fuerza que la eyección de un violcán. Las peripecias de Tyrion Lannister, Kaleesi o los sufrientes Stark merecen no un artículo aparte sino un especial completo de este suplemento.

A rebufo de HBO se puso AMC. La empresa tiene una extensísima red de cines y tenía un canal de televisión por el que pasaban muchas películas adquiridas. Con una mezcla idéntica de talento olfativo y asunción de riesgos produjeron series de gran notoriedad y variedad temática como Mad men (publicistas en los años 50), The walking dead (zombies en futuro distópico) o Breaking bad (profesor desahuciado prueba suerte como narcotraficante).

Una segunda causa del éxito de estas series ha sido también el avance tecnológico. Muchos hogares tienen ya televisores de 40' mínimo y con una calidad exponencialmente superior. Eso justifica la inversión de las productoras en localizaciones, decorados y atrezo. 

Y una tercera causa está en la videoteca. Esta eclosión, tantas series tan buenas dando tanto que hablar, no es un precámbrico repentino. Décadas atrás cada cierto tiempo emitían lo que se llamaron miniseries. Raíces (1976) sobre la esclavitud en Norteamérica, tuvo sólo ocho episodios y fue vista por casi 100 millones de espectadores. Hombre rico, hombre pobre (1976) adaptó con eficacia y éxito el bestseller de Peter Strauss. Posterior, y una debilidad mía, es la serie inglesa Retorno a Brideshead. Un jovencísimo Jeremy Irons deslumbró a los amantes de la ficción histórica.

Y tomando la tangente, he visto hace poco Berlin Alexanderplatz, de Rainer Fassbinder. Como la televisión era entonces la caja tonta, el teutón la bautizó “Una película en trece episodios y un epílogo”. Es su más larga e indudable obra maestra. Igual de impactante, varias décadas después.

Todo esto lleva a una conclusión simple y evidente. La ficción de calidad no distingue formatos. La separación entre la gran y la pequeña pantalla es cada vez más fina, tanto en el aspecto físico, tecnológico, como en los contenidos. Los espectadores somos los grandes beneficiados.

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