jueves, 24 de marzo de 2011

Sus fotogénicas majestades

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 24/3/11


El éxito obtenido por El discurso del rey en la última edición de los Oscars ha suscitado una leve polémica sobre si era la mejor película del año y si era un gran o sólo algo más que correcto filme. Polémica estéril porque los premios han sido la voluntad de los que tenían derecho a votar; el resto sólo tenemos derecho a remugar.

Sin embargo, sigue flotando en el aire una pregunta: ¿Se habría producido siquiera el filme si el tartamudo protagonista fuera un subsecretario del gobierno de Margaret Thatcher? O, en otras palabras, ¿qué grado de influencia ha tenido -en la aprobación del proyecto y en la fumata blanca del Kodak Theatre- el que la historia verse sobre un rey, y de Inglaterra?

Tras ver la película, mucho antes de las nominaciones, el crítico Roger Ebert resaltó la paradoja de que cuanto más se cuestiona la utilidad de la familia real británica, más protagonismo obtiene en el cine. Y no siempre con su beneplácito. Poca gracia le hizo a la reina vigente el retrato que hizo Stephen Frears (La reina) sobre su silencio tras la muerte de Lady Di, retrato que estuvo cerca de llevarse el Oscar a la mejor película ese año. Los balbuceos de su padre producen mucha más empatía, pero aún así David Seidler, el guionista, intentó infructuosamente durante años que la Reina Madre le recibiera para hablar de la pequeña tara de su difunto marido (anécdota lateral, cuando ya tenía bastante avanzado el proyecto, Seidler se enteró de que su padre también fue tratado por Lionel Logue).

En un repaso fugaz de la filmoteca se descubre que la endogamia real se ha contagiado tambien al gremio cinematográfico: Helen Mirren interpretó en 2006 a Isabel I (la actual, de los Windsor). Un año después Cate Blanchett suplantó a Isabel I de los Tudor (Elizabeth, la Edad de Oro). Rebobinando, resulta que en 2005 Helen Mirren interpretó a Isabel I Tudor para una miniserie televisiva dirigida por... Tom Hopper, el mismo de El discurso del rey. (y más atrás aún, en 1995 Mirren fue la reina Charlotte en La locura del rey Jorge)

Volvamos al meollo. El tirón popular de las casas reales se mantiene, incluso cuando se les cuestiona. Son jefes de estado, sí; pero impuestos a la fuerza y viviendo a todo tren gracias a nuestros impuestos. Provocan por tanto una mezcla variable de envidia positiva y negativa. Nuestro monarca transmite cercanía y decisión, por eso se alaba su valor durante el 23-F. Los ingleses supuran altivez y pusilanimidad, por eso se ceban dramaturgos y cineastas con ellos. Jorge VI ha tenido la suerte de que Hopper y Seidler han mostrado su faceta más benigna; la película pasa de puntillas sobre su adicción absoluta al tabaco, que le costó la vida; y su leve simpatía en algún momento por el nacionalsocialismo.

El corolario de este artículo podría ser una aplicación de la máxima del guionista William Goldman sobre los actores: No sirven para nada, pero no podemos hacer nada sin ellos. ¿Por eso los premiamos?


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