jueves, 19 de mayo de 2011

Zumbidos en la bemol

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 19/5/11

¡HARPO HABLA!
Harpo Marx
Seix Barral, 627 pags. 23 €

Cine/ensayo. Como la entrevista de Truffaut a Hitchcock, las memorias de Harpo Marx merecen ser reseñadas cada vez que se reeditan. En el prólogo de esta última, Elvira Lindo cuenta que leyó a la vez estas memorias y las de Henry Roth justo después del atentado del 11-S. Roth y Marx nacieron por la misma época y en ambiente similar, familias judías muy pobres. Sin embargo sus vidas, y sobre todo sus actitudes vitales, fueron opuestas. Roth vivió traumatizado el resto de su vida por su indigencia inicial; Harpo, y sus hermanos, lo superaron gracias al indestructible optimismo de sus padres. 

Antes de apodarse Harpo, se fugó del colegio público a los ocho años y no regresó. Él y el futuro Chico pasaban todo el día en la calle, en billares o cometiendo pequeños hurtos. Al llegar a casa su padre, sastre y cocinitas, siempre tenía un caldero con lo que había conseguido ese día. El alegre laissez faire de los progenitores hizo que los hijos mantuvieran su infantilismo y afición a las bromas como reacción probable a la hostilidad exterior: giras interminables por teatros de segunda y hoteles llenos de pulgas, época bautizada como La Vía Dura. Esas penurias, y su irreductible inmadurez, fueron reciclados en los gags que les hicieron mundialmente famosos.

El libro de Harpo está plagado de anécdotas curiosas y algunas paradojas: Siendo casi iletrado fue admitido en un exclusivo club de literatos, la mesa redonda del Hotel Algonquin (a Groucho le parecían unos pedantes). Dió conciertos de arpa toda su vida sin tener ni idea de solfeo. La familia se arruinó en el crack del 29 pero se recuperaron en menos de un año, gracias a que su humor fue lo más demandado para superar el mal trago. En 1933 viajó él solo a Rusia, como parte de una embajada cultural, y regresó como espía. 

Más: montó un casino con una jaula de moscas en la Costa Azul. Conoció a nuestro monarca Alfonso XIII, al Príncipe de Gales (hermano del ahora famoso tartamudo) poco antes de su renuncia, al magnate Hearst (el que inspiró Ciudadano Kane), a Premios Nobel de literatura como Bernard Shaw y a músicos de la talla de Schönberg, Prokofiev o Rajmaninof; no reconoció a Greta Garbo en una fiesta; vaciló a todo el mundo. Cuando iba al baño en vez de leer tocaba el arpa. Cruzó Estados Unidos ida y vuelta en un día para gastar una broma a un amigo. Fue noctámbulo, adicto a los deportes, el juego y las apuestas (no patológico, como Chico), pero le sentaba fatal el alcohol. Luchó para que un elitista club de golf de Hollywood admitiera a no judíos. Previamente, aprovechando la indefinición de otra presuntuosa norma, jugó desnudo de cintura para abajo en ese mismo club... 

Docenas de anécdotas unidas por su contagioso y sincero optimismo. La alegría de vivir aprendida de los padres y que él transmitió después a sus hijos adoptivos. Y eso es, en el fondo, ¡Harpo habla! Un manual de autoayuda de seiscientas páginas trufado de carcajadas.

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