jueves, 5 de abril de 2012

Felices años 60

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 5/4/12

TRES ANIVERSARIOS

Se tiende a recordar los años 60 como una década luminosa: Los babyboomers americanos de la posguerra comenzaban a madurar, a pensar y a soñar con cambiar el mundo. La euforia de esa nueva generación culminó en el flower power y el mayo del 68. Sin embargo en 1962 (hace medio siglo justo) se publicaron dos novelas que mostraban que el mundo no era tan rijoso como se pretendía creer. Esas novelas dieron pie, casi una década después, a dos obras maestras, y opuestas, de la historia del cine.

La naranja mecánica. La novela de Anthony Burguess nació como un exabrupto. En la guerra su mujer fue violada por unos soldados americanos. En 1962 necesitaba dinero, un editor le propuso que escribiera algo juvenil y provocador y el británico parió la obra en menos de tres semanas. Cuando Kubrick la llevó al cine la novela se vendió como rosquillas. Tanto que vampirizó el resto de la obra de Burguess, lo cual le produjo no poca amargura.  A Kubrick le llegó (aunque parezca inverosímil) de rebote. El primer detentor de los derechos fue Mick Jagger. No acabó de verse como líder de unos sicópatas  sociópatas y los revendió con su conocida astucia. A Kubrick le llegó tras descartar una recreación de la batalla de Waterloo, y vino recomendada por Terry Southern (escritor psicodélico y guionista de Teléfono Rojo...). Una vez en marcha se repitieron las dosis de genialidad, tiranía y luminosas improvisaciones (el 'Singing in the rain' por parte de McDowell) marca de del reputado y endiosado cineasta.

Alguien voló sobre el nido del cuco. Como ocurre con La naranja mecánica, el título está ligado de por vida, como un tatuaje a fuego, en las frentes de Ken Kesey (autor), Milos Forman (director) y Jack Nicholson (intérprete). Como la obra anterior, la historia nació de una experiencia autobiográfica, el trabajo anterior de Kesey como celador en un centro psiquiátrico. Al novelista, como a Burguess, le quedó un sabor agridulce por la adaptación. Se orilló la narración en primera persona del Jefe Bromden, el paciente indio; personaje que no pudo resistir el protagonismo, y la inconmensurable interpretación de Jack Nicholson. 

La historia, como la de los descerebrados ingleses, recuerda que los brotes verdes de esos años 60 tenían unas raíces podridas. Violencias latentes porque el sistema, el poder, mantenía su mano de hierro. Como las películas no vieron la luz hasta una década después, se las asocia con los 70. Es lo mismo, nada cambió; 
poco ha cambiado desde entonces. 

De los años 70 también se cumple un sonado aniversario. Tal fecha como hoy de hace cuarenta años se estrenó la primera parte de El Padrino. Otra santísima trinidad para la oración: Mario Puzo (novelista y guionista) Francis Coppola (director) y Marlon Brando (actor), a los que se puede sumar la música de Nino Rota. Una vez más se acumulan los adjetivos, las anécdotas, las reflexiones. La historia tiene más hechura de best seller, menos provocación, menos trasfondo social, porque las mafias italoamericanas eran ya un tema recurrente. Pero no es un best seller porque sus tramas y personajes vuelan muchísimo más alto que en ese género. Y porque Puzo y Coppola abren, con temple de curtidos cirujanos, las entrañas de una sociedad con escurridiza gangrena. Lo increíble, lo notable, es lograr que los espectadores nos quedemos no horrorizados sino fascinados ante la exposición de esa necrosis social.



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