1953. Bienvenido Mister Marshall. “Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación os la voy a dar porque os la debo”. Bardem, (coguionista junto con Miguel Mihura) era un comunista de cepa, y por ello más rígido. Berlanga comulgaba más con el anarquismo; o, si se prefiere, con el marxismo facción Groucho. Durante una décadas Franco vendió que los alemanes eran unos ángeles y los Aliados unos ogros. La moneda cayó en el lado opuesto y el Régimen, achuchado por su incapacidad para levantar el país, no hizo ascos al beneficiente Plan Marshall de los yanquis. Berlanga y Bardem intuyeron que esa ayuda iba a ser testimonial, un caramelito para inflar su imagen de riqueza y generosidad, y sobre eso armaron una sátira demoledora. El sueño, la esperanza, las ilusiones de un pueblo entero destrozados con el fugaz paso de una caravana motorizada.
1956. Calabuch. Mi debilidad. Un científico extranjero, diseñador de bombas atómicas se esconde en el pueblo-islote fortificado de Peñíscola para comenzar una vida nueva, anónima y pacífica. Película sin apenas acción y sin la demoledora crítica de las obra citada antes, pero con el tono, el encanto de El fantasma y la Sra. Muir o El hombre tranquilo.
1957. Los jueves, milagro. Otro inexplicable gol a la censura franquista. Un balneario en horas bajas decide emular a Fátima y Lourdes con la aparición del santo del pueblo un día a la semana. Una sátira algo burda, de brocha gorda, que sin embargo invita a preguntarse si las apariciones de las localidades francesa y portuguesa no son igual de tramposas. Inconmensurable Isbert, apoyado por López Vázquez y Manuel Alexandre.
1961. Plácido. “Siente un pobre a su mesa”. El ingenuo pececillo en un estanque de pirañas, estresado, desesperado, por no poder pagar la segunda letra de su motocarro. Berlanga y Rafael Azcona no dejan títere con cabeza, la cínica supuesta solidaridad de los ricos, la candidez y docilidad de los pobres. Además de colar al franquismo un retrato de sus miserias, meten un dardo de curare al neorrealismo italiano. Soberbio Cassen al frente del reparto.
1963. El verdugo. “Te acabará gustando”. El joven protagonista está obsesionado con un trabajo fijo; su futuro suegro busca un relevo para su oficio. No es relojero, panadero o estanquero, ni siquiera barrendero. Azcona, que sigue en estratosférica racha, se hace la pregunta de quien hay dentro de la máscara del hombre al pie del cadalso. Sólo a él se le podía ocurrir que era un vejete amable a punto de jubilarse. Sólo Pepe Isbert, absolutamente genial otra vez, podía hacerlo creíble y humano. No faltan dos símbolos del incipiente despegue económico de la época, el 600 y las vacaciones en Mallorca. Planos de Can Barbará, Paseo Marítimo, figuración de Xesc Forteza como Guardia Civil y antológica escena en las Cuevas del Drach, con Nino Manfredi llevado a rastras para cumplir su deber profesional. Comedia negra, viva, imperecedera, devastadora, magistral.
1978/1981. La escopeta nacional, Patrimonio nacional. El caos, la incertidumbre de la transición democrática desde la mirilla de una cacería de las clases pudientes. Nobles venidos a menos, trepas escalando, especuladores tanteando. El reparto de ambas es una foto de familia prácticamente completa del cine de ese momento: Luis Escobar, José Sazatornil, Bárbara Rey, Antonio Ferrándiz, José Luis López Vázquez (por supuesto), Amparo Soler Leal, Agustín González, Luis Ciges, Mónica Randall, Mary Santpere… Guiones (por supuesto, bis) de Rafael Azcona.
1985. La vaquilla. Una de los muchos (si no real, muy plausible) momentos tragicómicos que provocan las guerras. Toque de Gila para una historia en la que el hambre, la desesperación y la venganza empujan a unos republicanos a intentar reventar la fiesta de un pueblo tomado ya por los nacionales. El codiciado objeto del deseo es la astada protagonista de la verbena.
Alfredo Landa, Pepe Sacristán, Guillermo Montesinos, Agustín González, Violeta Cela, delante de la cámara, Berlanga detrás, Azcona más atrás e igual de brillante. Si Bienvenido Mister Marshall tomó la localidad madrileña de Guadalix de la Sierra, y Calabuch Peñíscola, aquí aún recuerdan las correrías de Berlanga y sus cómicos en Sos del Rey Católico.
1987/1993/1999. Moros y Cristianos, Todos a la cárcel, París Tombuctú. Los rodajes se espacian, mengua la frescura, se mantiene el cuerpo fallero, las ganas de divertir, de provocar, de recordar que España sigue siendo un esperpento.
2010. El legado. Tras la muerte del cineasta queda una filmografía irregular. Berlanga fue de más a menos pero nunca perdió su espíritu libertario, su alegría de vivir, de reírse de todo y de todos, de gritar sin pavor y sin rubor que el rey estaba desnudo. Disfrutó levantando faldas, bajando pantalones, mirando por las cerraduras, aireando alfombras, disparando a todo lo que se movía. John Vorhaus, autor de un destacado manual para escribir comedia, define la clave de ésta en verdad y dolor. Berlanga lo llevó al límite. Sin pasar la raya de lo grotesco, sin perdonar nada ni a nadie.
1 comentario:
Buen resumen, si señor!
Saludos.
Guapeton.
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