martes, 24 de junio de 2014

Muchas sandalias y pocas neuronas

Publicado en el duplemento Bellver de Diario de Mallorca el 19/6/14

 
CINE SOBRE LA ÉPOCA CLÁSICA

Pompeya y 300-El origen de un imperio han devuelto el interés sobre los imperios del inicio de la era cristiana. A pesar de los excelsos avances en animación por ordenador, un añora los 'peplums' de hace varias décadas

Con o sin 3D, no hay duda de que la animación por ordenador ha dado un salto cualitativo impresionante en la última década. Salvo en películas de ciencia ficción pura, o parcialmente en cine histórico, los creadores y productores no acababan de cambiar el chip. Lo veían más como un apoyo que como una herramienta.

Gladiator (Ridley Scott, 2000), Troya (Wolfgang Petersen, 2004) o Alejandro (Oliver Stone, 2004) son ejemplos de esa 'vieja' escuela. Montaron elaboradísimos escenarios de palacios o coliseos, buscaron excelsas localizaciones y sólo recurrieron a la computadora para las escenas con multitudes o para momentos puntuales de acción muy compleja. Parte, o mucha de esa indecisión estaba en la desconfianza de directores y actores hacia el 'croma' (el fondo completamente liso, verde, azul o negro, sobre el que se funden las imágenes o acciones artificiales).

Sí arriesgaron en 2007, casi en paralelo, James Cameron con Avatar y Zach Snyder con la primera parte de 300. Ambos invitaron a los espectadores a ver un cómic animado. Les ofrecieron paisajes, mundos, encuadres, efectos visuales que hasta entonces parecían imposibles. El croma pasó a ser el escenario principal, les gustara o no a los actores (que se lo digan si no a Sandra Bullock y sus maratonianas jornadas completamente sola, en Gravity). Como mucho (en la 2ª parte de 300) se montó un esqueleto de nave; el resto lo han puesto el Blender, Maya, E-on Vue y otros sofisticados programas informáticos.

Con un gran presupuesto, (a partir de cien millones de dólares) en el momento que se igualó el coste de quinientos figurantes reales y medio millón virtuales, la suerte quedó echada. Incluso Snyder se autolimitó al ceñirse a la batalla (terrestre) de las Termópilas, protagonizada por Leónidas y Jerjes I. En la segunda parte se embarca con Temistocles en las batallas navales que pusieron a prueba la fortaleza de la confederación griega. Pompeya por su parte se limita a ser un Pearl Harbour con sandalias en vez de botas de caucho y meteoritos sustituyendo a las bombas de los Zero.

Estas películas, igual que Gladiator o Alejandro, pretenden retrotraernos al esplendor de títulos clásicos como Espartaco, Quo Vadis, Ben Hur o Sansón y Dalila. Sin embargo, y no es por nostalgia, no son lo mismo. Les sobra testosterona y les falta encanto, carisma, convicción. Desde el guión al reparto. Hay un error de concepto, concentrar toda la energía en el envoltorio. Despreciar los fundamentos más básicos de la narrativa (premisa original, personajes con matices, diálogos no previsibles) y recurrir a actores de segunda línea para para desviar aún más fondos a los cerebritos informáticos. Ejemplo: Temistocles fue un militar de una inteligencia excepcional; Sullivan Stapleton es un actor vulgar, un musculitos de gimnasio.

Tras ver estas películas uno añora incluso a los veteranos peplums, las películas de serie B (o C, o D) equivalentes a los espaguetti western. Las películas sobre Maciste, Goliat, Hércules... no disimulaban su limitado presupuesto y ambición. Además, o por ello, tenían un cierto encanto. Hasta Paul Naschy se atrevió con el género (Los cántabros, 1980, reservándose para él el papel del general Agripa) o, más previsible, Sergio Leone (El coloso de Rodas, 1961). Mención honorífica final para el mago del stop-motion, Ray Harryhausen. Jason y los argonautas, Furia de titanes o Simbad y la princesa perduran gracias a su estado de gracia.



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