Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 2/12/10
CINE. Hace quince años nació el movimiento Dogma 95. Dos cineastas daneses, Lars von Trier y Thomas Vinterberg, cabreados por el avasallador rodillo de las superproducciones americanas, propusieron una vuelta a la pureza del séptimo arte. Aprovechando un evento en París expusieron un decálogo de los requisitos que debía tener el cine puro, buenas y sencillas historias, limpias de pirotecnias, efectos especiales y egos.
Era una provocación. Sus promotores lo calificaron como un nuevo extremismo y bautizaron los requisitos como votos de castidad: 1) Rodar en exteriores; 2) Sin banda sonora; 3) Cámara en mano; 4) Color; 5) Prohibidos filtros y trucajes; 6) Ausencia de “acción superficial” (muertos, armas…); 7) Prohibidos saltos temporales y geográficos; 8) No se aceptan películas de género; 9) No video, sólo celuloide de 35 mm; y 10) El director no aparecerá en los créditos.
Para dar ejemplo, Vinterberg y von Trier (a los que se unieron poco después Kroostian Levring y Soren Kragh-Jakobsen) oficializaron el Colectivo Dogma 95, expidiendo certificados y rodando sus siguientes películas acorde a esos votos. Celebración, de Vinterberg, ganó en 1998 el Gran Premio de Cannes; al año siguiente Los idiotas de von Trier tuvo también un gran éxito.
La idea era buena, pretendía fomentar el cine de autor barato, sin pretensiones y centrado en el contenido. Pero se les fue la mano con el decálogo, que tenía un tufillo a Rebelión en la granja, lleno de contradicciones, subjetivismos y ambigüedades: Rechazaron El proyecto de la bruja de Blair por ser “de género” pero ellos mismos se saltaron las normas, rodando en video (Celebración y Los idiotas) e incluyendo momentos pornográficos en la segunda. Lo de la cámara en mano era esnobismo. La renuncia a la autoría era más propio de la Revolución Cultural de Mao que del libertarismo latente en la propuesta. Y espúreo, porque sabían que los productores y distribuidores acabarían publicitando al director. Además, para no caer en la unidad total de espacio-tiempo (lo que hizo Hitchcock en La soga) permitían un cierto lapso de tiempo y el consiguiente juego de montaje, abriendo una pequeña puerta a la manipulación.
El nuevo extremismo se quedó en eso, extremismo. Atrajeron a directores de otros países, se hicieron algunas películas excelentes (Mifune, Italiano para principiantes), siguieron expidiendo certificados y se desvanecieron poco a poco. En Estados Unidos salió incluso un movimiento de contestación, el Dogpile95, reclamando las películas de serie B de la productora Troma como el cine más auténtico de todos.
Reflexiones finales. Es cierto que el mercantilismo de las superproducciones ha arrinconado a buenos autores y buenas historias. Que en la época de McCarthy, con muchísimas restricciones, se hicieron un montón de obras maestras. Y que el purismo artístico excluye a autores y una porción importante de la audiencia que no comulgan con muchos de esos votos de castidad. Un ejemplo: el díptico de Richard Linklater (Antes del amanecer, Antes del atardecer) es 100% Dogma aunque sin certificados; dos películas sencillas, austeras y redondas. Y una pista: Lars von Trier fue el primero en abandonar el barco, ¿coartaba su talento?
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