jueves, 13 de octubre de 2011

Los tiempos no están cambiando

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 13/10/11

1. Evolucionan, se agitan se calman y se vuelven a agitar desde épocas antepretéritas. Para bien de unos y mal de otros (pregunten a los dinosaurios). Las salas de cine han recibido un meteorito tan imprevisible y letal llamado World Wide Web. Las colas, risas, susurros y escarceos amorosos de antaño han dado paso a la deprimente soledad presente. En su avatar actual los bucaneros (informáticos) son sus verdugos y los piratas (del Caribe) su último tablón. Pero, como ocurrió al Titanic, hay más ocupantes (salas) que salvavidas disponibles. La última víctima, en nuestra metrópoli isleña, son los cines Metropolitan.

2. (Mala) suerte similar sufrieron los antepasados del ceramista inglés Edmund de Waal. Tras heredar una colección de miniaturas japonesas (netsukes) el hombre comenzó a investigar la historia hasta ese momento poco familiar de sus ancestros. Resulta que el protagonista de En busca de el tiempo perdido se inspiró un lejano pariente suyo. Miembro de una familia judía, los Ephrussi, que pasaron de comerciar grano en el sur de Rusia a poderosísimos banqueros europeos, casi al nivel de los Rotschild, con doble sede en París y Viena. La Primera Guerra Mundial les dejó muy tocados; Hitler, y la incapacidad de ellos para anticipar el tornado xenófobo, les hundió del todo. Sólo los netsukes sobrevivieron al expolio. La narración en primera persona de De Waal se titula The hare with amber ayes (La liebre con ojos de ámbar, referido a una de las figuritas). Soberbio y a ratos muy emotivo retrato de las clases pudientes entre finales del XIX y principios del siglo XX, con un aire a los Ambersons de Orson Welles. Superventas en Europa y Estados Unidos, esperemos que llegue pronto a España.

3. De los magníficos Ambersons (El cuarto mandamiento en España) se sigue hablando. Se rumorea que el Rosebud personal del cineasta, y santo grial de las ratas de filmoteca actuales, es un director's cut de esa película, un montaje libre de mangoneos de ejecutivos. Como nadie lo ha encontrado, se sigue especulando con su existencia. La versión exhibida (disponible en DVD) aguanta viva y potente el paso del tiempo, planteando si Orson Welles era un genio a pesar de los productores, o si estos no eran tan nefastos arreglistas.

4. No está muerto pero emite equivalentes efluvios. Hollywood ha encontrado su San Martín en los anónimos Hollywood Leaks. Amparados, como no, en la Primera Enmienda de su constitución, unos filibusteros cibernéticos se dedican a robar borradores de guiones, reventar contraseñas de emails e infiltrarse en móviles de figuras del espectáculo. La moraleja tampoco es novedosa: libertad de expresión usada una vez más como excusa de un fatuo exhibicionismo.

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