jueves, 12 de julio de 2012

Espías (con f) y criptógrafos (con h)

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 12/7/12

PASEO DE RONDA

1. En Amazon han creado una subcategoría específica dentro de la ficción escrita. Me refiero a las novelas de espías. Y como las modas, modas son y jamás renunciarán a sus ciclos (por cierto ¿quien dijo, no hace tanto, que la economía mundial había superado los ciclos de expansión y recesión? ¿Lo han fusilado o lo han ascendido a presidente de uno de los multimillonados rescatados bancos?), y como la afición primate a categorizar y subcategorizar es tan compulsiva como la de endeudarse y arruinarse, ahora priman las espías con f (de féminas)

2. Repaso a la videoteca. Mata Hari sigue siendo la referencia seminal. De la película de 1931, nadie recuerda al director, pocos al productor (Irving Thalberg, inspirador de la novela póstuma de Scott Fitzgerald, El último magnate) muchos, de generación tras generación, siguen embelesándose con la protagonista (con f), Greta Garbo. Ocho años después la Garbo encarnó a otra memorable espía, Ninotchka, dirigida por un Ernst Lubistch en estado de gracia. Opositoras a James Bond aparte, las décadas siguientes trajeron a Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966) o la serie Los vengadores, protagonizada por Emma Peel y remakeada en 1998 con Uma Thurman. En otro salto temporal tenemos a Nikita (1990, Luc Besson) y la posterior serie de TV (2010) protagonizada por Maggie Q; Más recientemente hemos visto a Angelina Jolie hiperactiva en Salt, a Naomi Watts en la excelente (y basada en hechos reales) Caza al espía y a Sydney Bristow en la serie Alias. Arrimándose al subgénero familiar tenemos Harriet la espía (1996) o Spy Kids (con Carla Gugino y Antonio Banderas). Desmadradas están Elisabeth Hurley en Austin Powers y Anne Hathaway intentando emular a Barbara Feldon en el remake de la serie Superagente 86. Larga vida a las agentes secretas.

3. Su labor también fue de espionaje, aunque menos glamuroso e hiperactivo y más resolutivo. Se cumple el agridulce centenario del nacimiento de Alan Turing, británico matemático. De una inteligencia excepcional, dio los pasos primerizos para plantear las computadoras (la máquina de Turing) y ayudó, su aportación más afamada, a descifrar los códigos Enigma del (torpe, todo hay que decirlo) espionaje alemán, la Abwehr del almirante Canaris. Finalizada la guerra, en 1952, cometió el desliz de ser pillado declarándose a un hombre. A las autoridades británicas les importó un rábano su contribución patriótica previa. Le dieron a elegir entre cárcel o castración química. Aceptó lo segundo. Se arrepintó. Se suicidó dos años después comiendo una manzana con cianuro. Y aún pasaron varias décadas hasta que se arrinconaron los prejuicios y se reconocieron sus aportaciones a la ciencia.

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