jueves, 20 de septiembre de 2012

Paris, Viena, Tokio, Londres


Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 20/9/12

LA LIEBRE CON OJOS DE AMBAR

“Detentando los netsuke -habiéndolos heredado todos- significaba que me había responsabilizado de ellos y de las personas que los habían tenido antes. (…) Conozco la espina dorsal del trayecto por [mi tio] Iggie. Sé que esos netsuke fueron comprados en Paris en la década de 1870 por un primo de mi bisabuelo, llamado Charles Ephrussi. Sé que los regaló como regalo de boda a mi bisabuelo Viktor von Ephrussi en Viena en el cambio de siglo. Conozco la historia de Anna, la sirvienta de mi bisabuela. Y conozco como viajaron en manos de Iggie a Tokio, y formaron parte de su vida con Jiro.”

A partir de esa espina dorsal, el ceramista Edmund de Waal reconstruye siglo y medio de historia familiar con temple, dedicación y respeto orientales. Es un trayecto que arranca muy lento: en Paris se limita a ver las rejas y el vestíbulo de la antigua mansión familiar; en Viena prefiere contemplar el palacio donde vivieron sus abuelos desde la acera de enfrente, con ruidoso tráfico interponiéndose. Poco a poco va reconstruyendo el pasado de su linaje materno. Y poco a poco va creciendo en el lector una pregunta: ¿Por qué el apellido Rotschild sigue siendo conocido, despertando admiración, siendo sinónimo de talento financiero y sensibilidad artística, y Ephrussi apenas se conoce en la comunidad judía de Viena? 

Mientras leía el libro no dejé de pensar en la película El cuarto mandamiento de Orson Welles. Trata la incapacidad de una familia entera, rica, poderosa, para adaptarse a los nuevos tiempos. A los Amberson les perdió la revolución industrial; los Ephrussi no fueron capaces de procesar, comprender, el avance, el ímpetu, la inhumanidad, de los movimientos antisemitas desde inicios del siglo XX hasta la II Guerra Mundial. Los Rotschild tuvieron la inteligencia, o sagacidad, para sortear los embates desde Suiza y Londres; los Ephrussi se confiaron, escondieron la cabeza, y lo pagaron caro, muy caro. Lo único que ha sobrevivido de toda la fortuna y posesiones familiares es la colección de 264 miniaturas japonesas. Este descenso en picado es lo que me ha impresionado de La liebre con ojos de ambar. Y el tono intimista, premioso, casi susurrante. Y la referencia constante a los sentidos, sobre todo el tacto de los netsuke por la condición de artista plástico del autor. Los detalles agridulces de la saga familiar y del periplo de la liebre y el resto de figuritas de de marfil por medio planeta, quedan para el que tenga la paciencia de acompañar a De Waal en el trayecto.

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