miércoles, 26 de septiembre de 2012

Larga (y azarosa) vida a los documentales


Publicado en el suplemento Bellver de Dario de Mallorca el 27/9/12

 DOCUMENTALES


En la omnipresente Gran Depresión, con sus consecuentes tijeretazos presupuestarios a diestro y siniestro, el sector cultural es el que más está tiritando, o al menos es uno de los que castañean con más volumen. Amortajado (¿prematuramente?) el cine, es lógico pensar que la división de documentales será la primera, como las viudas hindúes, en arrojarse a la pira. El sentido común señala que los espectadores preferirán la evasión de la ficción a la depresión de los testimoniales.

O no. El sabio ya avisó de que el sentido común es el menos común de los sentidos. Y la prueba es que este año, pasados y próximos, estamos viendo documentales soberbios y además con planteamientos y temáticas muy variadas. En la isla, en los últimos meses, se han proyectado la modesta y clandestina This is not a film, sobre el kafkiano arresto domiciliario del cineasta Jafar Panahi; La cueva de los sueños olvidados, la magistral incursión del cineasta Werner Herzog (Aguirre, Fitzcarraldo) en la docencia antropológica; o The Swell Season, sobre el atribulado romance de los cantautores Glen Hansard y Marketa Irglova en y tras el rodaje de Once. 

Pasados, pero igual de presentes y coleantes (disponibles en DVD) son el pique entre los artistas urbanos Banksy y Mr Brainwash en Exit through the gift shop; o el emotivo relato del funambulista que se atrevió a violar la ley bailando entre las dos Torres Gemelas (Man on wire).
Pendientes de pase hay una larga cola de prometedoras propuestas: Searching for Sugar Man bucea en el misterio de un guitarrista hispano de los años 70. Ai Wewei, never sorry es equivalente al lamento de Panahi; mostrando la humanidad del premiado artista y la inhumanidad del gobierno chino. Bully nos recuerda una vez más (nunca es suficiente) el problema del acoso escolar. The invisible war destapa un conflicto equivalente pero oculto hasta ahora, el de las numerosas agresiones sexuales que sufren las mujeres de y dentro del ejército de Estados Unidos.

Si bien la estimulación de los espectadores puede ser más ardua, los documentales tienen una contraventaja: se pueden sacar adelante con menos medios técnicos; pueden acceder, incluso en el secarral presente, a pequeñas subvenciones si están bien justificadas. Con un matiz psicológico añadido: en las obras de ficción hay una innegable porción de ego de su autor; en los ensayos y documentales está el impulso (en principio) más noble de transmitir conocimientos. Los primeros tienen sus raices en los bardos, los narradores de historias; los segundos en los sabios, los chamanes. Su convicción, sus ganas de ser escuchados son mayores. Es la sangre que mueve a Banksy a desnudar a Guetta, a Pahani o Wewei a transpirar sus penas, o a Herzog a abrir, por unos minutos, el candado de una sublime muestra de arte neandertal. La doble faceta de la cultura, la ficción como transmisora de valores y la documentación como transmisora de sabiduría son ahora más necesarias que nunca. Desfallecen, pero no morirán.


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