sábado, 15 de junio de 2013

¡Vuelve pa' Mallorca, Michael!

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 13/6/13

PASEO DE RONDA

1.Parafraseando el tema de Ketama y Toumani Diabaté, uno se alegra de que Michael Douglas haya recuperado la salud y el instinto ante los focos, artísticos y mediáticos. La asociación de su afección laríngea con una milenaria técnica amorosa sonaron a fugaz rapto de sinceridad. Su inmediato desmentido fue el equivalente a pasar por caja de los jugadores de azar tras un afortunado envite. El instinto artístico lo confirmó una semana antes al estrenar en Cannes, Behind the Candelabra, de Steven Soderbergh, encarnando a un descocado homosexual estadounidense de hace unas décadas. Todo ello justo cuando se ha legalizado el matrimonio gay en Francia y se han dado los primeros pasos en Reino Unido. En la cresta de la ola, ¿por qué no le invitamos a que renueve su idilio con nuestra aún atractiva isla? Incluso pagándole...

2. Hablando de, en el pasado Festival de Cannes obtuvo el máximo galardón otra película sobre homosexualidad, La historia de Adele de Abdellatif Kechiche. Tres largas y emotivas horas para narrar la pasión de dos mujeres a lo largo de varias décadas. El jurado presidido por Steven Spielberg dio la talla eligiendo lo mejor y más solido sin dejarse tentar por exotismos diletantes (como la críptica Tio Bonmee... de hace unos años). Otros premios destacados fueron al mejicano Amat Escalante por Heli, el japonés Hirokazu Kode-eda por un título traducible como “De tal palo, tal astilla”. La actriz Berenice Bejo, tras derretirnos con su sonrisa en The artist, ganó el premio a ídem por El pasado. Pisa los talones a Audrey Tatou como la intérprete más deseada y cotizada en su país. Buen sabor de boca dejaron el Candelabra de Soderbergh y el Llewyn Davis (trasunto de un imberbe Bob Dylan) de los Coen. Regular Alexander Payne (Los descendientes) con Nebraska. Vomitivo Nicolas Winding Refn (Drive) con su ultraviolenta Only god forgives.
3. Si Johnnny Weismuller ha quedado para siempre como el único e incontestado Tarzán, Esther Williams, colega (y quizás algo más) en sus primeros escarceos cinematográficos es y será la encarnación eterna de una sirena. Su reciente fallecimiento reflota las luces y sombras de su profesión: carrera brillante, vida turbulenta (cuatro matrimonios, rumores de escarceos con las drogas, de pasión sexual desbordada -en los hombres sigue siendo un atributo, en las mujeres un estigma-), fallido intento de lanzar su carrera lejos de las piscinas... Confirmación -dvds y Youtube mediante- de que era tan humana fuera del agua como celestial dentro de ella.





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