jueves, 26 de febrero de 2015

Con y sin ataduras

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 26/2/15


CINE EROTICO

Tanto en su versión literaria como cinematográfica, 50 sombras de Grey ha devuelto ante los focos -y eso siempre es positivo- el erotismo en la ficción literaria o cinematográfica. También ha reabierto el debate sobre la calidad de este tipo de bestsellers, si ofrecen más provocación que arte.

50 sombras de Grey, el libro, ha sido un 'sleeper' puro, un superventas imprevisto e impredecible. Su éxito no es malo en sí, tampoco un sello automático de calidad. Por tanto está, quiera o no, en el mismo saco que El código Da Vinci. En su adaptación cinematográfica vuelve el debate. ¿Es cine erótico o cine oportunista? ¿Se acerca, mucho, poco, nada, a las obras más destacadas de ese género? 
Como el campo de batalla es vasto, exige achicarlo. Cito a continuación cinco filmes que provocaron mucho revuelo, con fuerte o decisivo contenido erótico y una trama principal de amor fou, descontrolado.

El último tango en Paris. (Bernardo Bertolucci, 1972). Hasta el rodaje de ese filme, Bertolucci era poco más que una promesa. El último tango...  fue un salto sin red. Volcó todas sus fantasías sexuales, su formación poética y su admiración por el crudo erotismo de Francis Bacon. El escándalo vino por la escena de la cocina pero había arte delante y detrás, antes y después. El paso del tiempo ha hecho mella sin llegar a desfasarlo. Pervive por el talento de tres hombres: Bertolucci, el cámara Vittorio Storaro (Apocalypse now, El último emperador) y Marlon Brando.

El imperio de los sentidos (Nagisa Osima, 1976). Cuatro años después del tango parisino, un japonés volvió a liarla parda. Creó una gran expectación en los festivales de Cannes y Berlin y no defraudó. Obviando el revuelo por el sexo explícito, hay una historia muy potente (basada en una real), un amor claustrofóbico y provocador por la inusual y total sumisión del macho, a imitación de la mantis religiosa. Es una película que sigue impresionando, por su simplicidad y contundencia.

Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986). Su gancho fue la pareja de actores protagonistas (Mickey Rourke y Kim Basinger). La escena utilizando miel para aderezar uno de sus roces físicos dio mucho que hablar y multiplicó las entradas como panes y peces. Poco más. El director Adrian Lyne nunca tuvo pretensiones de profundizar en las historias o los personajes. Se limitó, no es poco, a acertar con el tono y el reparto. 

Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992). No se puede calificar de cine erótico pero un segundo del filme, el cruce de piernas sin lencería de 'charito piedra' volvió a despertar multitudinarias líbidos y generar otro exagerado ruido mediático. Por lo demás, es un thriller que se aguanta razonablemente bien, bien, gracias al oficio de Verhoeven, Sharon Stone y Michael Douglas.

Brokeback mountain (Ang Lee, 2005). Destrozó un mito, el de la hombría de los vaqueros, y no se ahorró una escena para desatar titulares, la de la tienda de campaña. Aunque se limitara a eso, a narrar una historia de amor poco convencional, lo hizo con mucho talento. El relato adaptado era de la escritora Annie Proulx (un Pulitzer en la espalda), dirigió Ang Lee (dos Oscars, incluyendo uno por esta película) y soberbio reparto (Heath Ledger, Jake Gyllenhaal y Michelle Williams)

La vida de Adéle (Abdellatif Kechiche, 2013). Otro amor homosexual, pero en la acera opuesta. El volumen, la intensidad de la pasión de Adéle y Emma es comparable a los amantes nipones de Oshima, aunque sin trágico desenlace. La escena más explícita no dura unos pocos minutos sino una decena. Aún así, el jurado de Cannes, presidido por el pacato Steven Spielberg le concedió la Palma de Oro. Merecidísimamente.

50 sombras de Grey, la película, no alcanza siquiera la temperatura de Nueve semanas y media. Es entretenida y poco más. Satisface a los lectores del libro  y se digiere con la misma celeridad que se devoró. Como película erótica es un puedo y no quiero. Los productores han renunciado a uno de los elementos clave del libro, mostrar el miembro viril del protagonista para abrir la caja registradora en los países más censores. Y han renunciado sin rubor a mejorar el libro, a acercarse al público mínimamente exigente. El reparto técnico y artístico son elocuentes. La directora, los actores, todos de segunda división. Por esa ausencia total de riesgo, por esas inexplicables ataduras, no pasará a la historia del séptimo arte, ni a la microhistoria del género.

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