Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 22/7/10
CINE. Rebobinemos: Hace un siglo y tres lustros, los hermanos Lumiere inventaron el proyector de cine. En décadas posteriores se añadieron voces, se incorporó el color, se multiplicaron las salas de exhibición, llegó la televisión comercial, se ampliaron las horas de emisión, comenzaron a pasar películas, llegó el VHS, el Beta, el DVD.
Hasta ese momento, los productores se frotaban las manos. Con ayuda de los cerebritos del marketing, idearon el sistema de ventanas escalonadas para ordeñar al espectador a lo largo de varios meses. Cine (consumidor paga la entrada); video (alquila o compra el video); televisión (la cadena paga al productor); segundos pases, televisión de pago... Rematados con el merchandising y los videojuegos. No todas las películas eran rentables, pero los exorbitantes beneficios de las punteras cubrían sobradamente al resto.
A finales de los noventa llegó el boom de Internet. Al principio no inquietó a los poltroneros. La velocidad de la red y el tamaño de la pantalla no eran rivales para las Trinitron. Con el cambio del siglo se multiplicó la velocidad, capacidad y conectividad de la red cibernética. Nacieron Napster, Kazaa, Emule… Y los productores musicales y cinematográficos se encontraron de repente noqueados y sin saber de dónde había venido el golpe. Las ventanas saltaron por los aires. El río revuelto devengó en ganancia de unos invisibles y ubicuos piratas. Los espectadores han pasado de explotados a explotadores.
Ahora los productores intentar restablecer el orden. La realidad, el presente al que se han de adaptar los creadores y productores de contenidos, es algo parecido a esto: a) los formatos se han ampliado por arriba y por abajo, desde la máxima calidad (cine en 3D, Blu-ray, inminente 3D doméstico, televisores HD de más de 40 pulgadas en un creciente número de hogares) hasta la mínima (personas capaces de ver una película o leer un libro en un iPhone) b) el equivalente actual a las ventanas sería la fachada del Guggenheim bilbaíno. En el pasado festival de Cannes se presentaron películas como Carlos, de Oliver Assayas, nacida como serie de TV, e incluso películas ya estrenadas, saltándose las reglas más básicas del evento. Muchos productores adelantan, superponen o mezclan, con pocas semanas de diferencia, el estreno en salas, el lanzamiento del DVD y la comercialización por Internet (descarga o streaming). ¿Clavo ardiendo o suicidio programado? c) la viabilidad económica es cada vez más dudosa, pero pelotazos como Avatar sugieren que todo cambia para que algo siga igual.
Juguemos a pitonisos. La piratería está tan desbocada como los accidentes de tráfico antes del carnet por puntos; hasta que no encuentren la tecla para limitarla seguirá haciendo estragos. Habrá, si no ha comenzado ya, una dura reconversión del sector. Los creadores serán más vocacionales que nunca, siguiendo los tristes pasos de escritores y músicos. Desaparecerán las películas de presupuesto medio, quedarán las megaproducciones de siempre y los francotiradores artesanos. Los formatos seguirán despendolados; los productores, exasperados; los consumidores, encantados.
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