jueves, 14 de octubre de 2010

Duros por fuera, blandos por dentro

Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 14/10/10

CINE. La relación de Hitler con el séptimo arte tuvo su cenit en la aún no bien aclarada relación con la cineasta Leni Riefenstahl. La teutona tenía el cine en las venas. Además de exaltar el nacionalismo de forma directa (El triunfo de la voluntad), aprovechó la excusa de la inminente olimpiada en Berlin para sugerir qué etnia, y con qué rasgos físicos, era la elegida para prevalecer en el mundo. Los planos iniciales de Olympia siguen siendo de una belleza que corta la respiración. Cuesta asociarlos con la propaganda que encubren y con el horror que encubre esa propaganda. Además del cine épico y propagandístico, a Hitler le chiflaban, según William Hakvaag, los dibujos animados de Walt Disney (Blancanieves y los 7 enanitos) y King Kong.

Contemporáneo de Hitler fue Franco. Nuestro longevo opresor no fue capaz de reprimir la tentación de mostrar su pequeño ego creativo. Escribió Raza con el seudónimo y la adaptó al cine, en una de las producciones más caras de la época: 5 meses de rodaje, 50 decorados, 500 trajes de época, 1500 extras, 1.650.000 pesetas de la época de presupuesto. El digitado para dirigir fue José Luis Sáenz de Heredia, con un talento infinitamente inferior al de la amiga de Hitler. Sáenz de Heredia sufrió, como bastantes, la bipolaridad de la preguerra: era pariente de Primo de Rivera y amigo de Luis Buñuel. El aragonés logró interceder para que no le fusilaran los republicanos. El madrileño no quiso, o no pudo, devolverle el favor.

Stalin, el ogro de Hitler y Franco, también fue un amante del séptimo arte. Metió mano en guiones y montajes de los filmes que se producían en su país mientras disfrutaba pases privados de Tarzan y otras superproducciones yanquis. Más curiosa, quien sabe si cierta, es la leyenda de que intentó asesinar a John Wayne para intentar frenar el avance cultural de los americanos.

Entre los tiranos modernos, tres nombres destacados: Saddam Hussein, Fidel Castro, Kim Jong-Il. Al iraquí derrocado le encantaban las historias de conspiraciones y las películas de Will Smith. El cubano es un fan de Spielberg, y gracias a esa afición, o debilidad, tiene mucha más manga ancha en la importación de películas que en otros productos “imperialistas”. El norcoreano es un cinéfilo puro. Se cree que su colección supera los 20.000 títulos, y llegó a secuestrar a un director surcoreano, Shin Sang-ok para que rodara a sus órdenes.

Este repaso de los gustos cinéfilos de temidos gobernantes da pie a una reflexión final: ¿Eran/son humanos? ¿Por qué/cómo son capaces de reír, llorar, suspirar por la vida de unos personajes de celuloide y no son capaces de perdonar la vida de unas personas de carne y hueso? ¿Son víctimas de agudos desequilibrios emocionales o de la adictiva borrachera de poder? Lo peor, lo atroz, es que ellos no se sienten unos monstruos; creen tener la misma capacidad de sentir y emocionarse igual que sus súbditos. Los que están de su lado.

1 comentario:

Escucha psicoanalítica dijo...

Interesante entrada. Con respecto a la última pregunta, se me ocurre que, sin demeritar lo monstruoso de los líderes mencionados, quizás todos los de nuestra especie compartimos algo de "monstruosidad" pero algunos se regodean más que otros en hacer gala de ella... ¿será? Saludos amistosos =)