Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 21/10/10
CINE. Es un pleonasmo, lo sé. O no. En el inicio del estío los gurús del dios Meteoro auguraron que iba a ser más tórrido de lo normal. La mitad de ellos; la otra mitad predijo temperaturas más suaves. Con la economía ocurre algo parecido; los inversores dudan día a día, minuto a minuto, entre los brotes verdes de los países aplicados y el nostradámico apocalipsis del Hindenburg Omen.
En el cine es igual de arriesgado, cómodo o frívolo sostener que ha sido una temporada fresca, templada o sofocada. La sobredosis de superhéroes de otros años ha sido sustituida por un mejunje de mataharis (Salt), funambulistas mentales (Origen), pretenciosos aprendices de Buda (Airbender), metralleros simpáticos (El equipo A), toscos mamporreros (Los mercenarios) e insípidos vampiros (Eclipse). Los amantes de otros tipos de cine han recibido sus ansiadas dosis con cuentagotas: Philip Morris ¡Te quiero!, Airdoll, y las más irregulares La vida privada de Pippa Lee o Mamá está en la peluquería. Woody Allen y Woody, el esponjoso vaquero de Toy Story, suman nuevos puntos para ganarse la inmortalidad.
Los festivales tampoco se libran de la tiritera. Los grandes ponen ya sus barbas a remojo viendo las brasas de los pequeños. Esta año han apostado por los desconocidos (victorias de un tailandés en Cannes, turco en Berlín y ecuatoriano en Málaga) sin renunciar a servir de escaparate de productos y caras más comerciales. En la Costa Azul quedó patente que Iñarritu sin Arriaga es menos Iñarritu, por mucho Bardem que dé la cara. En la Costa del Sol que corren malos tiempos para la lírica del celuloide. En la Potsdamer Platz hubo más ruido con el desagravio a Polanski que auténticas nueces. En el Lido veneciano la trompeta de Alex de la Iglesia se llevó el león al agua. En el Kursaal donostiarra Agustí Villaronga arriesgó con Pa negre, convenció y no se llevó el gran premio. El tiempo pondrá al jurado en su sitio.
El cine español, como bien ha explicado Fernando Lara, vive la calma chicha que precede a una tormenta perfecta. Los peores augurios se están confirmando. El desajuste entre exceso de producción y desafección del público ha estallado con el tijeretazo de Zapatero y el cierre del grifo de los bancos a las PYMES. Miles de profesionales que se arrimaron al calor del glamour, los anticipos de las televisiones y las subvenciones de papá ICO están ahora en vilo. La pavorosa dentera a estrenar en esta época nos deja como patético taquillazo Que se mueran los feos. En otoño pretende recuperar a los espectadores perdidos con lo que queda de nuestra vapuleada armada artística: Santiago Segura, (Torrente 3D, El gran Vázquez), Belen Rueda (Los ojos de Julia), Alex de la Iglesia (Balada triste de Trompeta) o el emergente Alberto Ammann (Lope).
Aún cuando levante más o menos el vuelo, la caída del guindo ha sido, está siendo estremecedora. Como el sector inmobiliario, el cine español no ha querido ver los avisos que el cielo y el sentido común le estaban enviando. Tampoco, es justo decirlo, merecen la dolorosa mortificación presente.
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