Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 29/4/10
CINE. Entre los enfants terribles de Hollywood, uno de los más atípicos y brillantes es Dennis Hopper. Atípico porque no se ha limitado a pasear su imagen de canalla y ha germinado sus inquietudes en otras artes, como la fotografía, la pintura o la escultura.
Nacido en Dodge City (Kansas, EEUU) en 1936, sintió pronto la vocación escénica. Aceptó la televisión como escuela y se subió al caballo de los westerns para abrirse camino. Ahí comenzó a despejarse y despegar su carrera, con papeles menores en filmes mayores como Johnny Guitar, Gigante, Rebelde sin causa o Duelo en O.K. Corral. Empatizó con James Dean y quedó destrozado con su inesperada muerte. Finales de los 50 e inicios de los 60 fueron irregulares, participando en experimentos como La historia de la Humanidad y películas del oeste como Valor de ley de Henry Hathaway o Cometieron dos errores, junto a Clint Eastwood.
Se calentó con la fiebre hippy y escribió un guión junto con el actor Peter Fonda y el escritor contracultural Terry Southern (coguionista de Teléfono rojo, volamos hacia Moscú) sobre unos moteros que iban a cruzar Estados Unidos. Las productoras pasaron de ellos, recaudaron el dinero a trancas y barrancas, montaron al aún poco conocido Jack Nicholson y arrasaron en taquilla. La banda sonora, con temas de Steppenwolf, Jimi Hendrix, o Roger McGuinn fue otro superventas.
Easy Rider fue bendición y maldición, inspiración y capitulación. El trágico final fue una premonición, una lección que ni los hippies ni el propio Hopper supieron asimilar. Cayó en una espiral autodestructiva plena de anécdotas e incidentes: llegó a beber 30 cervezas y tomar 3 gramos de cocaína al día, intentó agarrarse al ala de un avión en marcha y fue arrestado por correr desnudo por la selva mejicana.
Todo ello no disminuyó su cotización. Fue secundario esencial en obras maestras como Apocalypse now y Rumble fish (La ley de la calle) de Coppola o Terciopelo azul de Lynch y en multitud de obras menos importantes. Una década después del filme de moteros se puso detrás de la cámara por segunda vez con Caído del cielo, un deprimente drama urbano sobre la hija de un convicto por embestir a un autobús escolar. Su tercer filme, Colores de guerra (1988) trataba sobre pandilleros violentos en Los Angeles, a la que siguieron cuatro anodinas películas más.
En paralelo, antes, durante y después de sus excesos desarrolló su inquietud por otras artes. Cultivó la fotografía neorrealista, flirteó con la escultura, la pintura y la poesía, y olfateó los nuevos rumbos del arte moderno (compró una de las primeras litografías de la Sopa Campbell, de Andy Warhol, por 75 $).
A Dennis Hopper no se le puede considerar un genio, ni un triunfador, ni un modelo a seguir. Sin embargo, con todos sus claroscuros personales y profesionales, ha sabido mantener el callo del superviviente, la astucia del veterano y la curiosidad del verdadero artista. Lucidez post-lisérgica para seguir en la brecha.
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