viernes, 18 de mayo de 2012

Doblegados por el doblaje


Publicado en el suplemento Bellver de Diario de Mallorca el 17/5/12

ADIÓS A LOS CINES RENOIR

Malos tiempos para la cultura, parafraseando la mítica lírica de German Coppini. El cierre de los cines Renoir certifica la defunción del cine en versión original en nuestra comunidad autónoma. La tristeza, profunda, por el vacío que dejan merece un análisis de las causas que lo han provocado.

Las primeras que vienen a la cabeza son las más obvias: Aunque los éxitos recientes contra la piratería han frenado la sangría de descargas ilegales, cuesta cambiar el chip de que hay que pagar por algo que anteayer era gratis. Y más con los bolsillos esquilmados por la feroz crisis económica.

Rascando un poco más con la zarpa en la tierra, vienen ecos del déficit cultural en nuestras islas. Al calor del turismo y el buen tiempo la cultura ha sido siempre algo marginal. Vivimos de y entre extranjeros, supuestos compadres de eso llamado Europa, pero mantenemos un pobre nivel de idiomas.

Se pueden buscar culpables, excusas, remontándonos años o décadas. Franco, con su autarquía económica y cultural, desterró la versión original a las catacumbas. Malacostumbró a los espectadores al doblaje; soslayando, camuflando, que por muy buenos que sean los profesionales del gremio, no deja de ser un sucedáneo. Mientras nosotros nos acomodábamos a escuchar lo que queríamos oír, en Alemania, en Suecia, en Holanda, en Francia a pesar de su chovinismo, hicieron el esfuerzo de mantener los idiomas originales. No sólo por respeto a los autores e intérpretes, sino por visión a largo plazo. La endogamia cultural es tan nefasta como la reproductiva. Hay políticas confirmadamente eficaces para defender un idioma, una cultura, sin atacar o ningunear a la vecina.

Con el retorno de la democracia pareció abrirse un hueco a la versión original. Los cines Alphaville y Renoir en Madrid, los Verdi en Barcelona o los Chaplin aquí trajeron un rayo de esperanza. Fugaz, porque pronto tocaron techo, chocaron con la enraizada costumbre. Y los políticos culturales, y los educativos que eran aún más importantes, no se inmutaron. Quizás porque ellos estaban apoltronados con su feliz incultura idiomática, o enfrascados en cainitas batallas por defender el idioma local. Mucha gente se queja de que no puede ver una película y leer los diálogos al mismo tiempo pero sí pueden conducir y hablar por el móvil.  

Hurgando aún más, sustituyendo la zarpa por pico y pala, uno se pregunta si ésta depresión cultural es ciclica o un hecho consumado. Si el cine va a juntarse -si no lo está ya- con el teatro o la literatura como espectáculos minoritarios. Si algún día (de este siglo) los idiomas dejarán de ser la asignatura pendiente de tanta gente.

Insisto, clamo: La versión original acerca a otras culturas y mejora los idiomas. Nos quejamos de que sajones y teutones nos llamen cerdos (“PIGS” en un juego de palabras con los acrónimos de los países sureños) pero apenas nos esforzamos por acercarnos a ellos. No se trata de rendirse sino de unirse, de compartir. La globalización, el siglo XXI que tantos sinsabores trae, está exigiendo el dominio del inglés como primer salvavidas para navegar por ella. Y no es sólo un tema de aprender o practicar idiomas. La voz de un actor, francés, o yugoslavo, o koreano, es una parte esencial de un filme. Si se hubiera comprendido, respetado eso antes quizás los cines Renoir seguirían abiertos. Como lo que han sido, una muy enriquecedora ventana cultural.

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