CINE. Con las inminentes The Internacional: Dinero en la sombra y la segunda parte de Wall Street Hollywood por fin se ha decidido a recrear los escándalos financieros. Sin embargo el sector monetario nunca ha sido fotogénico. Los catedráticos del American Film Institute sostienen que un arquitecto, un juez o un periodista (limitándonos a profesiones de cuello blanco) dan más juego que un consejero delegado bancario. Los productores tienen sentido común suficiente para no morder la mano que les anticipa los desmesurados costes de las películas.
La crisis está dentro y fuera de la pantalla. Ante ella Estados Unidos y Europa han escenificado, como en otros gremios, la polaridad de enfoques. Los americanos entienden la cultura como entretenimiento; los europeos como enriquecimiento intelectual. La vitalidad empresarial de los yanquis, apoyados en la innovación tecnológica asiática, les llevó a diversificar desde hace décadas el negocio para multiplicar los ingresos: video y DVD, bandas sonoras, merchandising, publicidad encubierta, videojuegos… Eso llevó a una industria híperdimensionada pero bien jerarquizada. En Europa se cultivó el minifundio, con un racimo de cinematografías locales y una miríada de productoras microscópicas agarrándose a unas ayudas públicas que, aunque bienintencionadas, fomentaban ignorar a los espectadores. Sabemos además que la cultura de la subvención tiende a convertirse en endogámica, clientelar y perpetua.
El primer aviso de la crisis vino con Internet. En España llevamos la picaresca en la sangre y celebramos alborozados la barra libre del eMule. Los políticos no reaccionaron a tiempo; la SGAE, con sus tarifas abusivas y su falta de transparencia, ofreció una excusa adicional a los piratas. Mucha, demasiada gente, se ha tatuado en la cabeza que cine y música son gratis y eso es dificilísimo de borrar. Más cuando el aumento del paro y el miedo a la incertidumbre económica están sellando los esquilmados bolsillos.
Un amigo me comentaba hace poco que cuando lee un par de libros seguidos que le aburren, inconscientemente deja de leer durante varios meses. Al cine español le ocurre algo similar. El exceso de producción, el amiguismo, la ausencia de filtros (fracasos mitigados con subvenciones; guionistas y directores creando por corazonadas; productores apostando ciegamente a esas corazonadas) han alejado a muchos espectadores. Escucho poca autocrítica y poco análisis realista. ¿Por qué va tanta gente a ver los filmes de Almodóvar o Amenábar y tan poca a ver los de Roberto Santiago? ¿Por qué el año pasado, si apenas una docena de películas fueron rentables, se produjeron casi doscientas?
La nueva Ministra de Cultura puede enfocar en dos direcciones contra la crisis: seguir subvencionando a sus conocidos, aumentando el desapego de la audiencia. O afrontar una traumática reconversión del sector. Aplicar, como los de Tráfico, el palo y la zanahoria: Perseguir las descargas ilegales y, al mismo tiempo, reconocer que gente va menos al cine por la competencia de otras ofertas culturales y lúdicas. Buscar nuevas fuentes de ingresos y recuperar a los espectadores perdidos seduciéndoles, no lloriqueándoles.
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