jueves, 1 de mayo de 2014

Jaque al forastero

Publicado en el sumplemento Bellver de Diario de Mallorca el 1/5/14

Un hospital mallorquín de maternidad. De madrugada se produce un apagón y las comadronas se hacen un lío con la identidad de tres bebés recién nacidos. Uno es de madre mallorquina, el otro peninsular y el tercero de una africana. Por deferencia, las comadronas dejan elegir a la mujer local. La mujer, tras pensárselo un buen rato, elige al bebé de piel oscura. Las enfermeras se quedan perplejas “¿Por qué lo ha elegido, si sabe que no es el suyo?” Respuesta: “¿Y si me hubiera tocado al 'foraster'?”

Este veterano chiste comparte premisa cómica con la película Ocho apellidos vascos. Apela al recelo atávico, casi genético, hacia el vecino. Con intensidad decreciente se odia más al del pueblo de al lado, al de otra comunidad autónoma y en tercer lugar al extranjero, salvo que sea extremadamente pobre y/o de otra etnia.

Una circunstancia que no sólo se da en nuestro país. Ocurre en todo el planeta, sin excepciones. En España son víctimas de burla catalanes, vascos o leperos; en Inglaterra se burlan de irlandeses y escoceses, en Francia de los norteños de Lille, en el norte de Estados Unidos de los sureños (redneck es sinónimo de cazurro), en el sur de Estados Unidos de los mejicanos, en Méjico de los guatemaltecos; los urbanitas australianos de Sydney desprecian, tanto como a los aborígenes, a los vaqueros del outback, el árido interior del país...

El cine se ha nutrido casi desde su inicio de esta mina. Hay tantos ejemplos que los iré cazando aleatoriamente de mi memoria, comedias y algún drama: Un éxito muy reciente fue la francesa Bienvenidos al norte, que ha servido de inspiración evidente a Emilio Martínez-Lázaro. Los italianos ya hicieron su adaptación previa con Bienvenidos al sur. Más atrás, la americana Three amigos ridiculizaba a los mejicanos; Los blancos no saben meterla apelaba a la (supuesta) predominancia de los afroamericanos en hazañas sexuales y deportivas. Un pez llamado Wanda sacó punta del desprecio mutuo entre ingleses y americanos; al juntarse en una banda de atracadores acaban como el rosario de la aurora. Cocodrilo dundee se mofaba de los vaqueros australianos con un humor comprensible en todo el planeta. En el cine español de los años 60 y 70 muchas películas de Mariano Ozores y Alfredo Landa hurgaron en nuestro acomplejamiento respecto a los europeos modernos y liberados. Berlanga y Bardem también explotaron ese filón.

En su vertiente dramática, los recelos hacia los forasteros son el tema central de películas como Easy Rider (D. Hopper), Perros de paja (S. Peckinpah) o Los siete samurais (A. Kurosawa). En ciencia ficción Distrito 9 (N. Blomkamp) puso el dedo en la llaga de los apátridas sin recursos. La novela Forastero en tierra extraña (Robert Heinlein) trata las desventuras de un humano criado por marcianos y rechazado en su regreso a la Tierra. Algo parecido ocurre en la obra maestra de John Ford, Centauros del desierto, cuando el protagonista se niega a aceptar que su sobrina sea feliz con una tribu indígena.

Volviendo al humor, es un arma de doble filo. Sirve para unir y para separar, para atacar y para defenderse, como huida y como autocrítica. Ocho apellidos vascos, aún llena de tópicos, está teniendo igual de éxito en el País Vasco que en el resto de España, lo cual indica que aceptan mirarse al espejo. Lo mismo  que hacemos los mallorquines cuando nos desternillamos con El Casta.


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