CINE. Aunque con una visión un tanto simplista y más colonialista de lo que cree su director, Slumdog Millionaire ha puesto aún más de moda el cine de Bollywood.
Sin embargo, decir que Bollywood es el cine indio es como decir que los Rioja son los únicos vinos españoles. Agustín Pániker, en su imprescindible ensayo Indika (ed. Kairos, 2005) nos avisa de que la India no es un país sino un subcontinente, con tantas etnias, religiones y lenguas que ni los expertos locales u occidentales se ponen de acuerdo en definirlas y numerarlas. Concretando en el cine, además de Bollywood (cine de Bombay, capital del estado de Maharashtra) está Kollywood (cine del estado de Tamil Nadu), Ollywood (estado de Oriya), Tollywood (Bengala), Sandalwood (Karnataka) y filmes realizados en otros estados (Andra Pradesh, Punjab, Assam, Kannada…) que aún no han encontrado apodo parafraseado de Hollywood.
Las cifras impresionan. En 2007 se produjeron 1147 largometrajes en 22 lenguas diferentes. Las recaudaciones son más modestas. Por el bajo nivel de renta per cápita de la población las entradas son baratísimas, y es un cine que apenas logra exportarse a otros continentes. Como en todas las industrias hay éxitos y batacazos. Y como Internet llega con cuentagotas, aún no han descubierto el chollo de piratear películas. De hecho, un porcentaje altísimo de la población no tiene ni televisor ni video; para ellos el cine es su única fuente de entretenimiento cultural.
En los contenidos, hay dos grandes corrientes: El comercial sigue unos patrones muy cerrados: Tres horas de amores imposibles, rebelión contra la autoridad (colonial, por supuesto) o contra los pérfidos de turno (mafiosos, explotadores…) y regados con media docena de numeritos de baile. A los actores y actrices se les pide, que además de guapos y aceptables buenos actores, sean unos habilidosos y expresivos bailarines. Y hay un cine de arte y ensayo, llamado New Indian Cinema. Se inspiró en el neorrealismo italiano y francés de la posguerra mundial y parió maestros (a la altura de los grandes nombres occidentales) como Satyajit Ray, Mrinal Sen, Ritwik Gatak, Bimal Roy o el más moderno Shyam Benegal.
Esta riqueza creativa del cine indio confirma que el caos étnico, religioso, político, socioeconómico y lingüístico del país no está reprimiendo su cultura, sino todo lo contrario. Hay una explosión y una vitalidad sin parangón en el resto del planeta. Aunque para muchos occidentales seguirá siendo un cine exótico y monótono una vez pasada la curiosidad inicial, hay que agradecer a los cineastas surasiáticos que sigan creando, enseñando y entreteniendo. Buscando unas precarias raíces comunes a través del bendito invento de los hermanos Lumière.
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