ENSAYO Las teorías de Darwin han generado un eterno debate durante el siglo y medio transcurrido desde su antiprometeico ensayo. La confrontación principal, y la más agria, se ha dado entre los racionalistas más o menos laicos y los creacionistas mucho más que menos religiosos. Sin embargo se han producido también encendidos debates en el primer bando, el de los defensores de Darwin. El más sonoro fue el que se produjo entre Richard Dawkins y Stephen Jay Gould. Uno es inglés, el otro era (falleció hace seis años) estadounidense.
Los dos nacieron el mismo año (1941). Los dos tenían un impresionante currículo (Doctor por Oxford y profesor en Berkeley el primero; profesor en Columbia, NY University y Harvard el segundo, además de hablar cinco idiomas). Los dos tenían un extraordinario talento para la divulgación científica. Dawkins revolucionó y epató con el provocador El gen egoísta, que se resume en el prólogo de la edición de 1976: “Somos máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes”. Jay Gould investigó un yacimiento de fósiles del Cámbrico (hace 500 millones de años) y propuso en su clásico La vida maravillosa, que el azar también ha influido en la evolución de las especies; acuñando la teoría del equilibrio puntuado.
Coincidieron en una (rara entre los científicos) combinación de amenidad y profundidad de sus ensayos. Un capítulo de El gen egoísta se titula Tu rascas mi espalda, yo cabalgo sobre la tuya; varios libros del neoyorquino tienen títulos tan poco científicos como El pulgar del panda, La sonrisa del flamenco o Brontosaurus y la nalga del ministro.
Y los dos tenían genes muy combativos, utilizando El origen de las especies como cuadrilátero. Dawkins era ateo, y su Billy Wilder (parafraseando a Fernando Trueba) era/es Charles Darwin. Gould, criado en una familia judía liberal, era agnóstico. Defendía que todo es discutible y matizable siempre que se haga con fundamentos racionales.
Disintieron en su visión de la importancia de la ciencia. Dawkins luchó, lucha, con todas su fuerzas para demostrar la verdad de la ciencia y la falsedad de la religión. Por eso le apodaron “El rottweiller de Darwin”, Gould no creyó en verdades absolutas. Aceptó los planteamientos de Darwin, pero se negó a santificarlo. Siendo peleones los dos, rehuyeron el cara a cara. Gould lanzaba sus flechas por escrito; Dawkins le respondió en conferencias y debates. Esas peleas infantiloides demuestran que, además de inteligentes y brillantes, eran muy humanos. Las obras de ambos se reeditan con frecuencia en nuestro país y hay una obra en inglés (Dawkins vs. Gould. The survival of the fittest, de Kim Sterelny) que recoge la pugna entre ambos.
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