CINE. La obra de Julio Cortázar, como la tantos otros autores latinoamericanos, no encajaba en los cánones de obras fáciles de llevar a la gran pantalla. Algunos ejemplos: García Márquez sólo cuenta con adaptaciones poco más que correctas de obras menores; Cabrera Infante escribió el guión de la curiosa road movie Punto Límite Cero, pero es dudoso que se lleguen a adaptar sus dos obras maestras (Tres Tristes Tigres y La Habana para un infante difunto); Vargas Llosa, Borges y muchos otros esperan (desde la Tierra o desde el cielo) un cineasta a la altura de su talento.
Las transposiciones de Cortázar al cine se pueden dividir en dos grupos. Hubo una serie de adaptaciones con implicación directa del autor. Varias de ellas (La cifra impar, Circe, La intimidad de los parques) fueron dirigidas por su paisano Manuel Antón y se han quedado en el superpoblado limbo de las creaciones correctas pero sin chispa.
En el polo opuesto, dos reconocidos directores europeos captaron la chispa de dos relatos del argentino y los adaptaron a su aire. Jean Luc Godard se inspiró en La autopista del sur para su inquietante Week end. Michelangelo Antonioni eligió para su primera producción en Estados Unidos mezclar la trama del relato Las babas del diablo con un trasunto del fotógrafo David Bailey, resultando el atípico, extraño y magnético largometraje Blow Up.
Las babas del diablo y Blow up tienen una conjunción argumental y un abismo formal. Cortázar planteó el cuento como un experimento a lo Quenneau: mezclar primera y tercera persona con la historia de un fotógrafo que desbarata un crimen. Antonioni se olvidó de los tiempos verbales y profundizó en el protagonista. Con un estilo muy del Arte y Ensayo de la época retrató a un fotógrafo atrapado en la burbuja etérea del mundo de la moda. Hasta que el supuesto crimen revienta la burbuja. No llega a aclarar el asesinato pero le sirve para romper la deriva placentera e inconsciente de su vida. Tanto para el argentino como para el italiano, el crimen es un McGuffin puro. No lo desarrollan según el canon de los relatos de suspense, sino que es una excusa para un juego formal y un retrato existencial. Aunque Cortázar renegó de esa adaptación, aceptó aparecer en un cameo (una de las fotografías del artista).
Blow Up es un ejemplo clásico, paradigmático, de la tormentosa relación entre literatura y cine. Buenos y malos directores han creado buenas y malas películas de buenas y malas obras literarias de buenos y malos autores. Una ecuación perogrullesca y abstracta en un oficio volátil. No hay receta de éxito; sólo la impredecible inspiración de los cineastas. Esa es la magia, la esencia, del cine.
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