CINE. La carrera de Clint Eastwood se puede simplificar en tres etapas: La primera, sus inicios, están unidos para siempre a la trilogía de spaghetti westerns dirigidos por Sergio Leone (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el malo y el feo) y rodados en Almería. Leone bautizó a su personaje como “El hombre sin nombre”, un descastado casi mudo, sin pasado, sin miedo y sin escrúpulos. Y del actor dijo que tenía dos expresiones: con sombrero y sin sombrero.
Su siguiente escalón en la fama fue Harry el sucio y secuelas, en las que encarnaba una vez más a un ser alegal, en este caso un policía de mirada impávida y gatillo fácil, adorado por el público en los duros años de la crisis de los 70. Su tercera etapa (ninguna de ellas estanca) es la de director. Se inició en 1971 con Escalofrío en la noche y alcanzará la treintena de títulos con su biopic sobre Nelson Mandela (El factor humano, en fase de producción). Sus dos mayores éxitos le llegaron con Sin perdón (1992) y Million Dollar Baby (2004). Con ambas ganó los Oscares a la mejor película y mejor director; y ha recibido uno adicional (1994) por su trayectoria. Aunque es conocido sobre todo por encarnar o dirigir a policías y vaqueros, su inquietud, o profesionalidad, le han embarcado en curiosidades como una entretenida road movie (Thunderbolt & Lightfoot), una historia del circo (Bronco Billy), una aventura de montañeros (La sanción del Eiger, con escenas en la mítica cara norte de esa montaña), la vida del igual de mítico músico de jazz Charlie Parker (Bird), o una recreación del rodaje de La Reina de África (Cazador blanco, corazón negro).
A ambos lado de la cámara, Eastwood se ha especializado en personajes duros y complejos. Marcó la pauta en Por un puñado de dólares, la única película (sorprendentemente) con guión suyo. El hombre sin nombre, Harry Callaghan, William Munny, Frank Morris, Frankie Dunn o Walt Kowalski representan al arquetipo de americano independiente, decidido y algo (o bastante) conservador. Con el tiempo ha comprendido que añadiendo matices, explicando por qué son racistas, violentos, ariscos o misóginos, es más justo con la realidad de la calle, y se mete aún más en el bolsillo a los espectadores.
Con Gran Torino, Clint Eastwood acumula su cuarto estreno en poco más de un año, tras Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima y El intercambio. Su aversión, o respeto extremo, a los procesadores de textos se compensan con un desarrollado olfato para detectar buenas historias y un trabajado y un sobrio y depurado talento para dirigirlas. A los 78 años sigue haciendo películas a ritmo frenético porque, confiesa él mismo, le queda un puñado de buenas historias por contar.
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